
Al igual que en el cuento tradicional de aquel hombre que tenía mala suerte y se ponía en marcha para buscar la causa, perdiendo las oportunidades que le salían al camino por su obsesión en encontrar la buena fortuna que su dios le había prometido, también el sistema educativo de nuestro país anda a la búsqueda de unas claves milagrosas que aseguren la innovación en los centros, mientras las bibliotecas escolares languidecen a los pies del artículo 113 de la norma educativa aún vigente, esas mismas que cuando son atendidas mínimamente florecen y fructifican de forma generosa, como demuestran estudios y experiencias diversas. No faltan gurús que prometan éxitos espectaculares en brazos de la tecnología y mediante prácticas novedosísimas con más de cien años de historia, pagados en general por capital privado poco atento al bien común y los intereses de la mayoría. Y las bibliotecas escolares, entre tanto, siguen esperando, guardando su tesoro; algunas en barbecho, las más con respiración asistida, unas pocas con una vida espléndida, dando calor a pequeñas utopías transformadoras.
Pois así comeza o artigo que, a petición dos responsables do programa de Bibliotecas Escolares de Catalunya, Puntedu, escribín hai uns meses: La biblioteca escolar y el cuento del hombre que tenía mala suerte.
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